PostHeaderIcon Octava Cruzada

La Octava Cruzada (1270) fue la segunda emprendida por Luis IX y constituyó el último esfuerzo de la Europa cristiana por salvar el reino de Jerusalén, o por lo menos retardar su completa ruina, los preparativos duraron tres años, el rey de Francia se embarcó en Aguas Muertas como la primera vez, pero el objetivo no fue Siria ni Egipto, sino Túnez, la decisión se adoptó en una junta militar en Cagliari, Cerdeña, y obedeció a una promesa de hacerse cristiano del emir mahometano de Túnez, Muley-Mostansah, con lo cual podrían ganar un aliado en la guerra contra Egipto, los débiles herederos de Federico II, esperaba de esa manera verse libre de los piratas tunecinos y obtener el pago de tributos de Muley-Mostansah.
El 17 de julio de 1270 desembarcaron los cruzados en la costa tunecina, después de haber tomado la fortaleza de Cartago se dispusieron a esperar la llegada de los refuerzos, al mando de Carlos de Anjou, pues ya habían comprendido la falsedad de las promesas de Muley-Mostansah, el emir de Túnez recurrió a Egipto, y el sultán Bibares movilizó el ejército en su ayuda, Pero el calor y las epidemias, los inundo, Luis IX atento a los apestados, procuraba aliviarles y prodigarles cuidados, pero fue víctima del contagio y murió, la cruzada quedó totalmente desorganizada, pero llegaron las tropas de Carlos de Anjou y de Felipe el Bravo, sucesor de Luis IX, además de Teobaldo de Navarra, los cruzados libraron con éxito varios combates contra Muley-Mostansah, pero limitaron sus acciones en vista de que Carlos de Anjou consideraba inútil la continuación de la guerra contra Túnez y a fines de octubre fue firmada la paz con el emir, y según este tratado, Muley-Mostansah debía renovar y duplicar el pago de tributos al rey de Sicilia, expulsar de Túnez a los gibelinos allí refugiados y retribuir los gastos militares sufridos por los reyes cristianos.
La principal cláusula del convenio fue la que garantizaba la seguridad en Túnez de los comerciantes súbditos del reino de Sicilia, como lo expresaban los correspondientes artículos del convenio, obligaciones análogas aceptaba también la otra parte contratante, en consecuencia, este convenio creaba garantías definidas para el normal desarrollo del comercio entre Túnez y Sicilia además de la libertad de los cautivos, y que los cristianos podían residir y levantar templos en todas las ciudades de Túnez.
Una vez conseguido esto, Carlos de Anjou se embarcó con el ejército, pero una tempestad causó el naufragio en que perecieron cuatro mil cruzados, como el rey de Sicilia propusiese a los franceses la conquista de Grecia y ellos se negasen, les confiscó las naves y sus efectos, todavía el Papa Gregorio IX planteó la necesidad de una nueva cruzada en el Concilio de Lyon, en 1274, pero no hubo acogida, pese a que Rodolfo de Habsburgo ofreció cruzarse, aun así no hubo voluntarios suficientes para luchar por el Santo Sepulcro, unos tras otros fueron destruidos por Egipto los últimos dominios de los francos en el Oriente, en abril de 1289 las tropas del sultán Kelaún tomaron Trípoli, y dos años más tarde, en Mayo de 1291, cayó Acre, convertida en ruinas, a los cristianos sólo les restaba Tolemaida, y la perdieron en 1291, había terminado el movimiento de las cruzadas y también el reino de Jerusalén dejaba de existir, la caída de Acre en poder de los musulmanes pone fin a las cruzadas, casi dos siglos después de que el Papa Urbano II, en el Concilio de Clermont, en 1095, llamara a “una guerra santa por Tierra Santa contra los infieles musulmanes”, después de 1291 los cruzados se mantuvieron un tiempo bastante largo únicamente en la isla de Rodas, donde a comienzo del siglo XIV se establecieron los hospitalarios, y en la isla de Chipre, donde en la Tercera Cruzada se habían establecido los caballeros francos, los eclesiásticos y los negociantes, los turcos osmanlí conquistaron Rodas, y en 1570 el reino de Chipre, que desempeñaba un importante papel en el comercio mediterráneo y aunque surgieron en diversos períodos de la historia expedicionarios interesados en acabar con el Islam, cuando intentaron persuadir a Luis XIV a conquistar el Egipto, el ministro Pomponne respondió que las cruzadas habían dejado de estar de moda en Europa, desde la muerte de San Luis, en 1270.

PostHeaderIcon Séptima Cruzada

El Concilio de Lyon, en 1245, resolvió organizar una nueva cruzada de acuerdo con los deseos de Inocencio IV, pero otra vez Federico II, denominado “el sultán de Sicilia”, era blanco de la ira papal, y los que habían prometido luchar por el Santo Sepulcro fueron obligados a participar en la guerra contra el emperador, a pesar del fracaso inicial, Inocencio IV consiguió organizar en 1248 la Séptima Cruzada (1248-1254), con la participación de un número limitado de caballeros, principalmente franceses y algunos ingleses, los franceses ingresaron influidos por el rey Luis IX quien prometió hacerse cruzado si sanaba de una grave enfermedad que padecía, habiendo recuperado la salud, se dispuso a cumplir su voto ataviado con modestas vestimentas de peregrino, y su ejemplo fue seguido por sus hermanos, Luis IX encabezó la cruzada esperando tener grandes beneficios para su reino en el caso de alcanzar el éxito, y como la Iglesia Católica canonizó posteriormente al monarca, la Sétima Cruzada recibe también el nombre de Primera Cruzada de San Luis Rey de Francia, el rey se embarcó en el puerto de Aguas Muertas, junto con 40 mil hombres y 2800 caballos, tomando el rumbo de la Quinta Cruzada, resolvió asestar el golpe a los musulmanes en Egipto.
El invierno de 1248 lo pasaron en la isla de Chipre, pero estalló la peste y numerosos cruzados perecieron, otros se volvieron a sus casa y los demás quedaron en la miseria, Federico II, prometía tomar la cruz a cambio de que se le absolviese pero fue rechazado por el Pontífice, Luis IX, estando en la isla de Chipre, entabló negociaciones con los mongoles-tártaros, a fin de que dirigieran sus fuerzas contra los sarracenos, siguiendo el ejemplo del cardenal Pelagio, en 1220, cuando buscó con urgencia aliados y a comienzos de junio de 1249 algunos miles de caballeros desembarcaron en la boca del Nilo próxima a Damieta, que sus habitantes cedieron casi sin combatir.
Sitiaron la ciudad de Mansura, los musulmanes se defendieron tenazmente, tres torres de asalto construidas por los cruzados fueron destruidas por el fuego de los adversarios, el sultán de Egipto propuso la paz, prometiendo entregar a los cruzados el reino de Jerusalén, pero no accedió a ello Luis IX, aconsejado por sus hermanos. Finalmente, en los primeros días de febrero de 1250, pudieron irrumpir en Mansura, no obstante, los musulmanes encerraron rápidamente a los invasores dentro de la misma ciudad, y aquellos caballeros que no habían alcanzado a penetrar en la fortaleza fueron aniquilados.
Varios centenares de guerreros murieron, el triunfo resultó desastroso para los cruzados, pues sus fuerzas quedaron debilitadas, a fines de febrero los egipcios hundieron la flota cruzada frente a Mansura y separaron a los caballeros bloqueados en esta ciudad de sus compañeros de Damieta, base de abastecimientos.
Así que emprendieron la retirada por mar y tierra de Mansura, siempre hostigados por sus adversarios, una gran cantidad de caballeros y escuderos cayó prisionera, entre ellos el mismo Luis IX y sus dos hermanos, en su cautiverio mostraron serenidad y resignación, la libertad la logró el sultán Malek-Mohadan II mediante la entrega de Damieta más un millón de besantes de oro, pacto que fue respetado por el jefe de los mamelucos que ocupó el trono de Egipto después de haber sido asesinado el sultán, a pesar de los consejos de regresar a la patria, formulados por la mayoría de los nobles, Luis IX resolvió continuar la cruzada utilizando todos los medios posibles, los restos de las fuerzas cruzadas se habían concentrado en Acre, donde esperaron inútilmente refuerzos desde Francia, pero no lo lograron, por cuatro años, el monarca estuvo en Palestina, rescatando esclavos cristianos, fortificando las plazas que le quedaban y pacificando a los cruzados, pero al encontrar una recepción hostil de parte de los francos de Siria y habiendo recibido la noticia de la muerte de su madre, el rey abandonó Acre en la primavera de 1254 y regresó a Francia, dejando una reducida tropa en el Oriente.

PostHeaderIcon Sexta Cruzada

La ascensión de Federico II al trono del Imperio Romano, cobró nueva fuerza la lucha en su contra iniciada por el Papado, pues en 1215 había prometido participar en la cruzada y había esquivado luego el cumplimiento de su promesa, el Papa Honorio III predicó la Sexta Cruzada, y nuevamente prometió asistir Federico II, el que fue amenazado de excomunión en caso de demorar su marcha hacia el Oriente fijó para 1225 la realización de la nueva cruzada.
Llegaron a Italia los maestres de los templarios, hospitalarios y teutónicos, el patriarca de Jerusalén y el mismo Juan de Briena, que recorrió los Estados de Europa pidiendo socorros y en los puertos de Sicilia e Italia comenzó la construcción de 50 grandes naves especialmente acondicionadas para el transporte de un gran ejército, pero la indiferencia popular hizo que en 1225 Federico II no reuniera la cantidad de gente suficiente para una campaña de ultramar y la situación en Italia Meridional demandaba la presencia del emperador.
La iniciación de la cruzada quedó aplazada para 1227, esperando intervenir en la guerra del sultán egipcio contra Damasco, la oportunidad se le presentó en 1226, cuando Malek-Kamel le ofreció una alianza, el emperador inició las negociaciones con Egipto, aunque empeoraran sus relaciones con Roma y en 1227 culminaron los preparativos de la Sexta Cruzada, pero a raíz de los grandes calores y la falta de provisiones, estallaron fuertes epidemias y la cruzada fue nuevamente postergada, el Papa excomulgó a Federico II, para contrariar al nuevo papa Gregorio IX, el emperador emprendió el viaje desde Brindis a Siria acompañado de 600 caballeros, a bordo de 20 galeras, Federico II había aceptado las proposiciones del sultán Malek-Kamel de que le ayudase en su empresa de apoderarse de los Estados de su hermano Moadham.
El Papa prohibió la Sexta Cruzada, señalando que el objetivo del “servidor de Mahoma” era “raptar el reino de la Tierra Santa”, la posición del Papado sólo podían disminuir las posibilidades de éxito de la cruzada, pero el emperador tenía en vista el título de rey de Jerusalén, la cruzada le permitiría crear el imperio “mundial” de los Hohenstaufen.
La excomunión y la desaprobación del Papa fueron causas de que Federico II fuese ignorado por los caballeros de las órdenes militares, rechazado por el clero y despreciado por los fieles de la Tierra Santa, pero el emperador siguió adelante y llegó a Siria, en Jaffa, en septiembre de 1229, concertó un tratado de diez años con Malek-Kamel, aprovechándose de las luchas del sultán egipcio con su sobrino, Federico II aseguró al sultán su ayuda contra todos sus enemigos y le concedió Jerusalén al emperador, con excepción del barrio de la mezquita de Omán, Belén, Sidón, Nazaret y otras ciudades de Palestina, formando una faja de territorio para los cristianos desde Acre a Jerusalén, un mes después Federico II (que había enviudado en 1228) entró en Jerusalén, sin más acompañamiento que los barones alemanes y los caballeros teutónicos, colocándose y se negó a realizar la ceremonia de coronación, el Papa acusó a Federico II de haber traicionado al cristianismo y mandó sus tropas a invadir los dominios en Italia Meridional del “libertador del Santo Sepulcro”, el emperador regresó urgentemente a Italia, ofreciendo resistencia armada a los ejércitos del Pontífice y derrotando a las fuerzas papales, en 1230 Gregorio IX levantó la excomunión a Federico II y al año siguiente ratificó todos los tratados celebrados por el emperador con los musulmanes.
La Sexta Cruzada (1227-1229) es llamada también “la Cruzada Diplomática”, pero sus resultados prácticos no fueron duraderos, después de ausentarse Federico II comenzaron las divergencias entre los señores feudales con dominios en Oriente y a raíz de un conflicto con el Papado, por su ofensiva contra las ciudades lombardas, fue nuevamente excomulgado el emperador, la ciudad de Jerusalén fue tomada por los turcos, al expirar en 1239 la tregua que se había concertado, en ese año, el Papa intentó una nueva cruzada, pero sólo Teobaldo V, rey de Navarra, y otros caballeros llegaron por mar a Siria, concertando allí una alianza con el emir Ismael, de Damasco, uno de los más poderosos príncipes musulmanes, pero el sultán Asal Eyub, de Egipto, los derrotó cerca de Ascalón y en 1240, Ricardo de Cornuailles, quien había pasado al Asia al frente de un poderoso ejército, recobró Jerusalén, más tarde, Malek-Sadel, hijo y sucesor de Malek-Kamel, para reconquistar Jerusalén se alió con los carismitas (turcos del Kharizmio), en las filas cruzadas había crueles divergencias entre los cruzados, los templarios y hospitalarios, y el rey de Navarra y demás jefes de la cruzada habían regresado a su patria y finalmente en septiembre de 1244 el sultán egipcio Malek-Sadel tomó Jerusalén, degollando a toda la población cristiana de la ciudad y el Santo Sepulcro pasaba a poder de los musulmanes en forma definitiva.

PostHeaderIcon Quinta Cruzada

A todos los países católicos, incluso Irlanda y Noruega, fue mandada en 1213 una legión de predicadores y En 1215, en Roma, fue convocado el solemne Concilio de Letrán, que resolvió iniciar la nueva cruzada, fijándole la fecha del 1 de junio de 1217 y el clero recibió orden de entregar la vigésima parte de sus ingresos y, por su lado, Inocencio III donó 30 mil marcos de plata.
Los reyes que tomaron inicialmente el voto de la cruzada fueron Juan Sin Tierra (rey de Inglaterra), Federico II (rey de Sicilia y futuro emperador de Alemania), y Andrés II (rey de Hungría), pero cuando comenzaban a hacerse los preparativos de la Quinta Cruzada inesperadamente murió en 1216 Inocencio III y pocos meses después fallecía también Juan Sin Tierra, Federico II tenía problemas políticos de orden interno y procuraba eludir la cruzada, y reinos como Alemania, Inglaterra y la misma Francia preferían extenderse por Grecia o regiones escandinavas.
El nuevo Papa Honorio III continuó la obra de realizar la cruzada, en 1271, Andrés II consiguió reunir un ejército bastante importante y emprendieron la marcha hacia el Oriente, embarcándose en Dalmacia, en esta Quinta Cruzada (1217-1221) participaron también Guillermo de Holanda, el duque Leopoldo VI de Austria, algunos príncipes de Alemania Meridional y gran número de señores alemanes y bávaros acompañados de sus vasallos. Andrés II fue el jefe de la expedición que de Sapalatro se dirigió a Chipre, donde se le unieron otros cruzados que habían llegado de Brindis, Génova y Marsella, y unidos todos a Lusiñán, rey de la isla, desembarcaron en Tolemaida. El ataque que planearon no fue muy enérgico, a consecuencia de la falta de víveres, los cruzados fueron recibidos en Siria con bastante frialdad. Los francos no necesitaban de la cruzada, en el transcurso de casi 20 años habían entablado un comercio pacífico con Egipto y la guerra sólo podía perjudicar sus intereses económicos.
No obstante, los cruzados ganaron una batalla a Malek-Adel, quien murió al poco tiempo de dividir entre sus hijos los Estados que poseía, dando a Malek-Kamel el Egipto, a Moadham la Siria y la palestina, y a Aschraf la Mesopotamia.
Los cruzados húngaros y alemanes permanecieron en Acre un año sin resultado alguno, la mayoría de los holandeses, embarcados en 300 naves, se habían demorado por luchar contra los emires de España Meridional, y recién en abril de 1218 llegaron a Acre, el ejército de los cruzados atacó el Monte Tabor, aunque sin resultado y las discordias no tardaron Andrés II convencido de la inutilidad de la expedición y sin prestar atención a la excomunión regresó a su patria después de visitar los Santos Lugares.
Los guerreros llegados de España a Palestina animaron a los cruzados a emprender una campaña contra Egipto, desde el comienzo de la Cuarta Cruzada se proyectaba su invasión, y planearon el ataque contra Damieta, una ciudad-fortaleza de gran importancia comercial, un año y medio duró el asedio a Damieta, por varios meses la situación se mantuvo estacionaria y en 1219 numerosos cruzados emprendieron el regreso a Europa, aunque otros prosiguieron el sitio de Damieta, ignorando el hambre.
El sultán egipcio Malek-Kamel, procuró salvar la ciudad, ofreciendo a los cruzados entregarles el reino de Jerusalén en sus límites y devolverles reliquias sagradas, pero se rechazo el trato y a comienzos de noviembre de 1219 los cruzados tomaron Damieta por asalto, pasándola a sangre y fuego y apoderándose de riquísimos tesoros, mas tarde el cardenal Pelagio ordenó al ejército que se encaminara a El Cairo, desoyendo los consejos y la opinión de los hombre de guerra que lo acompañaban, Pelagio buscó con urgencia aliados para la conquista de Egipto, y en la 1221 empezaron a llegar nuevos destacamentos de peregrinos, mientras tanto, el sultán Malek-Kamel se había fortificado algo al sur de Damieta, en las cercanías de la ciudad de Mansura y simultáneamente renovó sus proposiciones de paz a los cruzados. Aceptar las condiciones de los adversarios, que cedían la Ciudad Santa y el Santo Sepulcro, por segunda vez se contestó al sultán con una negativa, Felipe II Augusto, al enterarse de que los cruzados habían tenido la oportunidad de recibir “un reino a cambio de una ciudad” y habían rechazado la oferta, no pudo contenerse y los tildó de “estúpidos y mentecatos”, en 1221 los cruzados iniciaron la ofensiva contra Mansura pero el desbordamiento del Nilo, que inundó el campamento de los cruzados acompañado de una lluvia de flechas cuando hicieron una retirada, para evitar que su ejército fuera aniquilado, los cruzados se vieron obligados a negociar la paz con Malek-Kamel, concertándose un acuerdo final el 30 de agosto, los cruzados debieron restituir la ciudad de Damieta y firmada una paz que duro ocho años, y así se puso fin a la Quinta Cruzada, cuyos míseros resultados debilitaron aún más en Occidente el entusiasmo de antaño por las cruzadas.

PostHeaderIcon Cruzada de los niños

Miles de niños, provenientes de Francia y Alemania, participaron en las cruzadas infantiles ocurridas en 1212 trataron de conseguir la conquista del Santo Sepulcro, casi todos murieron en el continente y unos pocos que lograron atravesar el Mediterráneo y desembarcar en territorio sarraceno sufrieron una suerte igualmente desdichada. Esta cruzada fue organizada En el mes de junio, un niño pastor llamado Esteban de 12 años, que era del pueblo denominado Cloyes, decía que el Señor se le había aparecido en la figura de un pobre peregrino. Después de haber aceptado de él el pan, le dio unas cartas dirigidas al rey de Francia. Esteban se dirigió donde el monarca, acompañado por otros pastores de su edad. Poco a poco se formó en torno suyo una gran multitud, procedente de todas las Galias, demás de treinta mil personas.
Todos los testimonios coinciden en que se trataba de niños pobres, pastorcillos o hijos de los aldeanos durante el camino se le unían miles y miles de personas, poco a poco se agregaban los adultos: criados y criadas, campesinos, siervos, artesanos, pobres habitantes de las villas, el rey de Francia, Luis VIII, no aprueba la aventura ordenando disolver las falanges infantiles, una parte obedece, pero la mayoría se reorganiza y prosigue la peregrinación, a medida que progresa la marcha, los niños se organizan en grupos, encabezados por estandartes, no llevan alimentos, ropas ni dinero, y viven apenas de la limosna que les entregan los vecinos de las villas y ciudades por donde cruzan en su marcha iluminada hacia el Santo Sepulcro.
Cuando se les pregunta hacia dónde dirigen, contesta: “Hacia Dios”.
En general, la Iglesia parece haberse opuesto a esta peregrinación. Los “Annales Marbacenses” dicen: “Como generalmente somos de una gran credulidad para tales novedades, muchos creyeron que esto procedía no de ligereza de espíritu, sino de devoción e inspiración divina. Les ayudaban, entonces, a sus gastos y les proveían de alimentos y de todo lo que era necesario. Los clérigos y algunos otros cuyo espíritu era más cuerdo, estimando este viaje vano e inútil, se declaraban en contra, a lo que los seglares se resistían con violencia, diciendo que su incredulidad y su oposición procedían de su avaricia más que de la verdad y la justicia”.
A pesar de las penalidades de la larga caminata, del hambre, de las enfermedades y, en algunos casos, de la hostilidad pública, una parte importante de estos pequeños cruzados franceses logró arribar al puerto de Marsella, allí llegaron a un acuerdo con dos armadores que prometieron llevarlos a Siria. Miles de ellos se embarcaron en siete grandes bajeles. A los pocos días fueron sorprendidos por una furiosa tempestad y dos de las embarcaciones naufragaron cerca de la isla de Cerdeña, en la roca denominada Reclus, todos los pasajeros se ahogaron. Los cinco navíos restantes llegaron a Alejandría y Bujía. Allí los dos armadores, traicionando a los niños, los vendieron a los mercaderes y a los jefes sarracenos como esclavos.
400 de los pequeños cruzados fueron comprados por el califa, otro relato de la época dice que en 1230, es decir, dieciocho años después de la Cruzada de los Niños, Maschemuc de Alejandría “conservaba aún 700 que ya no eran niños, sino hombres en toda la plenitud de la edad”, a los que quedaron en Marsella y otros que se desperdigaron durante la caminata, el Papa les ordenó que recibieran la cruz, pero que esperaran atravesar el mar y combatir contra los sarracenos cuando tuvieran la edad suficiente.
Del pastor Esteban, que inició este vasto movimiento de los niños, hay pocas referencias concretas, se sabe que casi inmediatamente después de aparecer con el mensaje que le “ordenaba” dirigirse a Jerusalén para recuperar el Santo Sepulcro, se vio rodeado por la fe y la adhesión de miles de otros niños y, luego, por adultos que se agregaban a la extraordinaria caravana, algunos de sus contemporáneos le atribuían milagros, se le llamaba el pequeño profeta y el niño milagroso. Al mismo tiempo, otros niños, arrastrados por el ejemplo, comenzaron igualmente a predicar en los pueblos franceses y a reunir otros pequeños ejércitos de inocentes. Nada detiene a estos muchachos que abandonaban todo y arrostran cantando los mayores peligros y penalidades, arrastrados por una suerte de mística vorágine hacia su desdichado destino final.
En el mismo año se produjo el mismo fenómeno colectivo en Alemania, apareció un niño, de nombre Nicolás, que reunió en torno suyo a una multitud de niños y de mujeres, afirmaba que por orden de un ángel debía dirigirse con ellos a Jerusalén para liberar la cruz del Señor, y que el mar, como en otro tiempo al pueblo israelita, les permitiría atravesarlo a pie enjuto.
Se dice que Nicolás llevaba una cruz sobre sí que debía ser en él señal de santidad y de poder milagroso; no era fácil reconocer cómo estaba hecha, ni de qué metal.
La gente hablaba sobre el poder milagroso de este niño y se unía a la caravana y como en el caso de Esteban de Cloyes, una gran multitud se puso en marcha y atravesó la mitad de Europa hacia Génova, donde esperaban embarcarse, pero sólo una parte del grupo original llegó a la costa italiana.
En la primera parte del camino el paso de esta tropa irreflexiva suscitó oleadas de emoción y sentimiento popular, se les socorría con gran liberalidad, hubo también reacciones de violencia contra el clero, que trató de oponerse a esta marcha infantil hacia el Santo Sepulcro y tal como ocurrió en el caso de la marcha de los infantes franceses, se agregaron personas mayores, sobre todo criados, criadas y campesinos. Se trataba de una creencia absolutamente irracional, pero que quedó estampada incluso en las poesías populares:
“Nicolás, servidor de Dios, parte para la Tierra Santa. Con los Inocentes él entrará en Jerusalén.”
Los niños alemanes que partieron de Colonia parecen haber seguido la ruta que va hacia Maguncia, Spira, Colmar, toda la orilla izquierda del Rin y los Alpes, para entrar en la Italia del norte. En esta etapa del viaje el recibimiento no fue nada de amistoso, numerosas pruebas habían caído ya sobre los niños, obligados a soportar sucesivamente el hambre, la sed, el calor y el frío, las poblaciones de la Italia del norte se mostraron, en general, hostiles a esta marcha, muchos niños fueron capturados por los montañeses y convertidos en sirvientes, otros fueron despojados de lo poco que llevaban. Siete mil personas, niños y adultos, encabezados por Nicolás, llegaron a Génova en agosto, pero sus planes no fructificaron, pues las aguas no se abrieron a su paso, y la comitiva se desbandó. Algunos emprendieron el camino de vuelta a casa, otros fueron a Roma, y los restantes pudieron haber seguido el curso del Ródano hasta Marsella, donde fueron probablemente vendidos como esclavos. Pocos llegaron a sus casas, y ninguno llegó a la Tierra Santa.

PostHeaderIcon Cuarta Cruzada

En 1198 fue nombrado Sumo Pontífice de la Iglesia Inocencio III, con una energía que no se arredraba ante nada ni nadie, logró reforzar el poder de roma, reduciendo a la impotencia a cuantos se oponían a él, expulsado los alemanes de los Estados Pontificios, hizo de éstos una especie de reino independiente y en la lucha por el trono de Alemania hizo triunfar a su candidato, Otón IV y cuando este dejo de serle adicto, consiguió que proclamaran rey de Alemania a su pupilo Federico II, en 1212, asimismo, casi todos los monarcas europeos se reconocieron sus vasallos y obedecieron sus órdenes, como de este modo la corona imperial ya no sería un feudo pontificio, sino que el Papa tendría sobre su cabeza la plenitud tanto del poder espiritual como del temporal, promovió la Cuarta Cruzada.
La Cuarta Cruzada, comenzó a ser predicada en 1202 por un ejército de predicadores populares, sin embargo, sólo los franceses acudieron a tomar la cruz, Venecia tenía una gran flota y el emperador bizantino entorpeció a los venecianos, en cambio ellos lograron firmar un acuerdo en el que ellos estaban al servicio de los intereses cruzados y como casi la totalidad de los participantes de la Cuarta Cruzada eran franceses, éstos se concentraron en Venecia y resolvieron trasladarse a Oriente en naves de esta república.
La ciudad se comprometió entonces a alimentarlos y trasladarlos a Egipto, donde “atacarían al león en su madriguera”, pero los cruzados no podían pagar los subidos gastos de viaje, por habérseles agotado sus recursos, de este modo conquistaron para Venecia la isla de Zara (ciudad cristiana), pagando en esta forma la suma que faltaba para cancelar el transporte a Oriente, y los venecianos pasaron a dominar así en todo el mar Adriático.
La indignación de Inocencio III ante el hecho de que los hombre que iban a combatir por Cristo empezaban inicuamente por derramar sangre cristiana excomulgo sólo a los venecianos y no a los jefes cristianos, pero llegó el príncipe Alejo, hijo del emperador de Bizancio, Isaac el Ángel, el cual había sido destronado, cegado y encarcelado por su propio hermano Nicolás, Alejo propuso a los cruzados un ataque a Constantinopla, para restaurar en el poder a su padre y se comprometía a pagar cuantiosas sumas de dinero para financiar los gastos a la expedición a Egipto, unir a las dos Iglesias cristianas y emprender con las fuerzas bizantinas la guerra contra el Islam, se trataba de obtener el monopolio del comercio con Bizancio, desplazando a los genoveses, comprendiendo las ventajas que para Venecia significaba semejante acuerdo con Alejo, Enrique Dándolo supo ganarse las anuencia de los cruzados, bajo la condición de que, una vez restaurado Isaac, proseguiría la cruzada contra Egipto.
El Papa se limitó sólo a formular severas advertencias, las cuales no fueron tomadas en cuenta por los cruzados, quienes continuaron su marcha hacia Constantinopla, una ciudad fortificada, pero estaba muy debilitada a causa de las luchas partidistas que la consumían y finalmente fue tomada por asalto por los occidentales, el 13 de abril de 1204, los ávidos cruzados no respetaron nada, y durante tres días de desenfrenado pillaje, mientras algunos se abalanzaban sobre santuarios y palacios apoderándose de sus tesoros, otros se dedicaron a violar monjas y mujeres de la nobleza.
Isaac el Ángel fue liberado de su prisión, y los cruzados proclamaron emperador de Constantinopla a su hijo, Alejo IV, pero él no pudo cumplir con sus compromisos económicos con los cruzados, quienes atacaron nuevamente Constantinopla y fundaron un Estado feudal al que llamaron Imperio Latino, integrado por un pequeño núcleo de territorios con capital Bizancio, por su parte, los venecianos se adueñaron de casi media Constantinopla, con Santa Sofía.
El llamado Imperio Latino de Constantinopla fue de corta duración, y Miguel Paleólogo, príncipe de Nicea permitió restaurar el desaparecido Imperio Romano de Oriente este Estado era incapaz de hacer frente al poder en ascenso de los turcos otomanos, su única salvación, era una alianza imposible con Roma, después de la Cuarta Cruzada. Ésta, con sus abusos, agudizó un odio bizantino hacia Occidente, más allá de todo límite.
La Cuarta Cruzada o “Cruzada Latina”, como también se la llama, dio un golpe mortal al ya débil Imperio Bizantino, Inocencio III volcó todo su desencanto por el fracaso de la cruzada y su desviación hacia objetivos nada cristianos, fulminando en una bula condenatoria a aquellos cristianos que, olvidándose de su misión espiritual, se habían dejado arrastrar por bajos apetitos materiales.

PostHeaderIcon Tercera Cruzada

La unión de Egipto, Siria y Mesopotamia, bajo la hegemonía del sultán Saladino, constituyó el principio del fin del reino de Jerusalén, pues además de su debilidad, el Estado cristiano era amenazado ahora por el norte y por el sur, carecía asimismo de un hombre capaz de organizar la resistencia contra los musulmanes y hacia 1187 era rey de Jerusalén Guido de Lusignan incapaz de gobernar e imponer su autoridad a los señores feudales en vez de pactar con Saladino, el más fuerte, los caballeros cristianos provocaron la guerra contra el Islam, adelantándose hacia Tiberíades, región en que consumarían su suicidio.
El 3 de julio de 1187, el ejército cristiano se puso en marcha hacia el norte de Jerusalén, hasta penetrar en las alturas pedregosas y estériles de Yebel Turan, movimiento que le favorecía a Saladino, que permanecía al acecho e instantáneamente envió hacia aquella región algunas divisiones ligeras para inmovilizar al enemigo en el desierto, sorprendiendo a la vanguardia de Guido cuyo comandante era Raimundo de Trípoli y la atacaron, mientras el calor era intenso y el polvo, sofocante, Raimundo galopó hasta donde se hallaba Guido y le hizo ver que a menos de proseguir hasta el Jordán y el lago de Tiberíades, el ejército podría considerarse perdido. Ante esto, el rey ordenó avanzar con mayor rapidez pero la retaguardia, formada por los hospitalarios y los turcoples (hijos de padre turco y madre griega), se había visto obligada a detenerse ante una nutrida formación de arqueros. Inmediatamente, Guido hizo alto cerca del poblado en tanto Raimundo exclamaba desesperado: “¡Oh, Dios mío! ¡La guerra ha terminado; somos hombres muertos y el reino se ha perdido!”, y aunque la vanguardia cristiana consiguió progresar todavía algunos kilómetros, acamparon en las laderas de un monte cuya doble cumbre le había conferido el nombre de “Cuernos de Hattin”.
Por la noche, los cruzados, en el límite de su resistencia física, se vieron impedidos de dormir, torturados por la sed y hostigados por los constantes ataques. A la mañana siguiente, y tras haber reforzado a sus arqueros montados, pero sin decidirse todavía al cuerpo a cuerpo, Saladino mandó traer siete camellos cargados de flechas y con ellas prosiguió el ataque, entretanto, Raimundo y su guardia avanzada continuaban su camino, quedando separados del ejercito principal mandado por el rey, quien a fin de proteger su infantería la hizo replegarse mientras los jinetes carpaban contra los arqueros enemigos, en medio del desorden consiguiente, una multitud de aterrorizados guerreros treparon por la montaña, a fin de ponerse a salvo, por fin, con un grupo de caballeros escogidos, Guido ocupó una posición cercana a ellos, en el centro de la cual levantó la Santa Cruz, con lo que se reanimó su moral y volvieron a descender en grandes grupos todos los combatientes se mezclaron, formando una masa confusa alrededor del sagrado emblema infantes, caballeros y arqueros, pero ya las huestes de Guido estaban perdidas.
Raimundo y los restos de su guardia avanzada fueron arrollados y el ejército entero quedó rodeado de enemigos. Millares de hombre levantaban sus brazos hacia la Cruz, implorando protección y rogando que se produjera un milagro, Guido se volvió hacia Raimundo, diciéndole que hiciera lo posible por salvarse, asiendo caso omiso lograron abrirse camino.
Los musulmanes rodearon a los cristianos por todos lados, abrumándolos con sus flechas y atacándolos con sus espadas, hasta que torturados por la sed y reducidos al último extremo de sus fuerzas, se entregaron para escapar de la muerte, entre los prisioneros se encontraba el rey Guido, el Gran Maestre de los Hospitalarios y otros muchos nobles. Después de la batalla, Saladino hizo llevar a su tienda a los cautivos más nobles y al vez a Guido de Lusignan torturado por la sed lo hizo sentar caballerosamente a su lado, aplacó sus temores e hizo que le sirvieran una bebida helada, el rey bebió, pasando luego la copa a Reinaldo de Chatillon, al observar esto, Saladino se levantó en gran cólera, exclamando: “No habéis solicitado mi permiso para extenderle la copa. No me siento inclinado a respetar a ese hombre ni a perdonarle la vida”, acto seguido, recriminó a Raimundo sus múltiples actos de vandalismo, pero éste le replicó que no tenía miedo, Saladino le dio entonces un golpe y sus guardias acudieron, cortándole la cabeza.
Guido temblaba de miedo, pero volviéndose hacia él Saladino le dijo: “Un rey no mata a otro rey; pero la perfidia e insolencia de ese hombre pasaban ya el límite”. Acerca de la decisiva batalla de Tiberíades, escribe el historiador inglés Runciman:
Saladino se apoderó de todos los castillos que rodeaban Jerusalén y puso sitio a la ciudad, los defensores pidieron un cese de agresiones, al comienzo Saladino lo negó, a esto respondieron los cristianos:
“Si hemos de renunciar a toda esperanza por medio de conversaciones, lucharemos desesperadamente hasta el último de nosotros, prenderemos fuego a las casas y destruiremos los templos. Mataremos a los cinco mil prisioneros musulmanes que tenemos hasta no dejar uno. Aniquilaremos nuestros bienes antes de dejároslos. Mataremos a nuestros hijos. Ni un ser humano quedará con vida y perderéis todo el fruto de la victoria”.
Saladino entro en razón y acepto la capitulación de Jerusalén, mediante un rescate por cada habitante, con esas condiciones, se rindió la población el 2 de octubre de 1187.
Fue entonces cuando el Sultán dio a conocer su aspecto humano, abrió mercados dentro y alrededor de Jerusalén con el fin de que los ciudadanos pudieran conseguir el dinero necesario para pagar su libertad. Sin embargo, fueron mucho millares los que no pudieron hacerlo, y Saif ed-Din, hermano del sultán, solicitó de éste que le permitiera quedarse con mil cristianos en calidad de esclavos, una vez obtenido el permiso, los dejó a todos en libertad. Finalmente ordenó a sus guardianes que proclamaran por las calles de Jerusalén que todos los ancianos incapaces de pagar quedaban libres y podían marcharse saliendo por la puerta de San Lázaro en una comitiva que se prolongó desde el amanecer hasta la puesta del sol y el Sultán mandó distribuir limosnas entre ellos, pero apenas salieron estos infortunados cristianos de Tierra Santa fueron despojados, cerca de Trípoli, nada menos que por sus propios congéneres cristianos.
Después de Jerusalén, pronto cayó toda Palestina en poder de Saladino.
Las iglesias fueron transformadas en mezquitas, las cruces fueron arrojadas al suelo y fundidas las campanas de los templos cristianos y así fue como el Papa Urbano III autorizó que se predicara una nueva cruzada, la tercera que presenciaba el mundo.
Se apeló a príncipes y señores, y respondieron al llamado los tres monarcas más poderosos de su tiempo: el emperador alemán Federico Barbarroja y los reyes Felipe II Augusto de Francia y Ricardo Corazón de León de Inglaterra, pero existían rivalidades y Ricardo sólo pensaba en combatir, valiente, cruel y violento, contrariamente, su rival, Felipe Augusto vio en la cruzada la oportunidad de debilitar las fuerzas alemanas. Así, Felipe emprendía la expedición sólo para evitar un conflicto con el Papa, pero regresaría lo más pronto posible para luchar contra el dominio de Ricardo en Francia.
Federico Barbarroja, tenía buenas relaciones con Saladino, hasta que le pidió que evacuara Jerusalén, que devolviera a los cristianos la Santa Cruz y les indemnizase por los perjuicios que les había causado, Saladino respondió altivamente. No obstante, se declaraba dispuesto a restituir a los cristianos la Santa Cruz, así como algunos pequeños territorios, asimismo, se comprometía a poner en libertad a todos los prisioneros cristianos que aún estaban en su poder y a permitir a los peregrinos que visitaran en paz el Santo Sepulcro, estas condiciones no satisficieron a Federico Barbarroja, estaba deseoso de vengarse de los sarracenos, además el emperador habría quedado muy mal ante el Papa, los demás monarcas europeos y sus propios súbditos.
En 1189, Federico Barbarroja se puso en marcha al frente de un ejército que ascendía a unos 100 mil hombres, pero cuando los cruzados alemanes estaban avanzando a lo largo del río Salef, una triste noticia vino sacudió el ejercito: “el emperador ha muerto, Federico se había ahogado mientras se bañaba en sus aguas, reponiéndose de una marcha agotadora.
Tras la muerte de Barbarroja, el mando del ejército alemán recayó en el hijo del emperador, el popular duque Federico, los cruzados siguieron a costa de grandes dificultades y numerosas víctimas su camino hacia Siria, allí, los sobrevivientes se unieron a los cruzados franceses e ingleses, que se habían trasladado por mar a Oriente.
Por otro lado Ricardo Corazón de León había marchado por tierra hasta Sicilia, donde embarcó hacia el Levante conquistando en el trayecto la isla de Chipre y al acercarse los alemanes a Siria, ingleses y franceses desembarcaron junto a San Juan de Acre, inmediatamente sitiaron la ciudad, y en vano intentó Saladino obligarles a levantar el asedio.
Durante las operaciones, los alemanes perdieron al duque Federico abatido por la peste, por fin 1191, después de un sitio que se prolongó un año y medio, la ciudad capituló, se esperaba que tras la toma de San Juan de Acre emergiera una sola consigna: “A Jerusalén”.
Sin embargo, la discordia en el campo de los cruzados terminó por acabar la iniciativa, las ambiciones personales frustraron los mejores esfuerzos de los cristianos por ejemplo Ricardo Corazón de León y Leopoldo, duque de Austria, durante el asalto a San Juan de Acre, Leopoldo fue el primero en clavar su estandarte en los muros de la ciudad y el monarca británico arrancó el emblema del duque y arrojándolo al suelo clavó en su lugar el suyo, Leopoldo reprimió su ira en aquel momento, y al final, Felipe Augusto se cansó de las arbitrariedades del rey inglés y, pretextando una enfermedad, regresó a Francia, ya en Francia persuadió a Juan Sin Tierra a tomara posesión de los territorios franceses del monarca inglés, que luego recibiría como herencia el rey de Francia, entretanto, Ricardo Corazón de León se hallaba con la responsabilidad del mando de toda la cruzada e inconsecuente se dejó arrastrar por el astuto Sultán a una agotadora campaña, que dio tiempo para que Saladino reforzara su defensa.
Al mismo tiempo que Ricardo se esforzaba en inspirar terror a los musulmanes, procuraba el respeto y la amistad de Saladino, al lanzarse el inglés con un puñado de hombres contra Jaffa, cayó al suelo su caballo en plena lucha y debió seguir combatiendo a pie, al saberlo, el Sultán le envió de obsequio una cabalgadura de refresco con un mensaje diciendo que era conveniente que los reyes combatieran a caballo.
Como la anterior, la Tercera Cruzada resultó inútil, al llegarle noticias inquietantes de Inglaterra, Ricardo comprendió que su presencia era necesaria en su propio reino y antes de abandonar el escenario de sus hazañas, el monarca obtuvo un tratado con Saladino que garantizaba a los cristianos, durante tres años, la posesión de parte de la Palestina y el permiso para peregrinar al Santo Sepulcro en pequeños grupos desarmados, esto y la liberación de San Juan de Acre fue el resultado de esta Tercera Cruzada, Saladino murió en 1193, antes de que se cumplieran dos años del término de la Tercera Cruzada y en cuanto al temerario Ricardo, las tempestades arrojaron a su navío a la deriva, alcanzando al fin el litoral norte del Adriático y le acechaban muchos enemigos, se disfrazó en el camino y prosiguió viaje por tierra, cerca de Viena fue reconocido y cayó en manos del duque Leopoldo de Austria, a quien en San Juan de Acre le arranco su estandarte, el duque lo retuvo dos años en prisión, hasta que los ingleses pagaron el enorme rescate que exigía, este acto de venganza fue la última consecuencia de la estéril y poco cristiana Tercera Cruzada.

PostHeaderIcon Segunda Cruzada

Desde los primeros años del siglo XI funcionaba en Jerusalén el Hospital de San Juan Bautista encargado de dar acogida a los peregrinos pobres o enfermos, ahora asiendo un pequeño paréntesis, es hora de hablar de la orden templaría, pues estos albergues le dieron la idea a Hugo de Payns de organizar un cuerpo de caballeros encargados de la protección de los peregrinos en su ruta hacia la Ciudad Santa, y durante el reinado de Balduino II (1118-1131) se otorgó a estos caballeros alojamiento en las proximidades del Templo de Salomón, siendo conocidos con el nombre de “caballeros del Templo o templarios”, este fue el origen de las órdenes sagradas de caballería, que muy pronto se convirtieron en el elemento militar más importante del reino de Jerusalén, esta fue la primera orden establecida en esta región, dejándole el camino abierto a la creación de otras órdenes como la de los Caballeros del Hospital o Juanistas, también llamada Orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, más adelante, nacerían otras órdenes monásticas en Tierra Santa, la más importante de las cuales fue la de los Caballeros Teutónicos, creada para asistir a los peregrinos alemanes.
Volviendo a la historia medio siglo después los sarracenos comenzaron a arrebatar a los occidentales un territorio tras otro, hacia 1130 se habían hecho ya dueños de Hama y de Alepo, y el día de Navidad de 114 conquistaban Edesa y tuvo como consecuencia inmediata la predicación de la Segunda Cruzada por San Bernardo de Claraval, sin lugar a dudas el clérigo más influyente de su época.
En aquellos años acababa de ser elegido Papa Eugenio III, también monje de Claraval, pronto se vio que esta elección había sido acertada, pues el nuevo pontífice demostró gran celo y energía en el Gobierno de la Iglesia, no tardando en autorizar la Segunda Cruzada consciente del peligro que corrían los Estados cristianos del Oriente, así que encargo a San Bernardo, quien reunió un gran ejercito, para abrirse paso a oriente, pero todo fue un gran fracaso.
Los dos monarcas europeos participantes en la cruzada — Luis VII (rey de Francia) y Conrado III (monarca Alemán) — contaban con la alianza del emperador Manuel de Bizancio, lo que teóricamente les representaba un fuerte apoyo en Constantinopla, pero el emperador bizantino siguió una doble y hábil política:
Ayudar a los cruzados en su lucha contra los musulmanes, pero impedir que obtuvieran un triunfo completo pues le interesaba el desgaste de estas dos fuerzas, pues estimaba tan peligroso el robustecimiento de los Estados latinos en Oriente como el predominio mahometano.
Los alemanes fueron los primeros en llegar a Constantinopla en la primavera de 1147, su intención era esperar la llegada de los franceses, pero surgieron el emperador de Bizancio los empujo desguarnecidos, y casi sin víveres, al Asia Menor y fueron vencidos en su primer encuentro con los turcos y se batieron en retirada, aun así los musulmanes no cesaron de perseguirlos y sólo lograron salvarse un reducido grupo de tropas que se refugió en la ciudad de Nicea entretanto los refuerzos franceses llegaron, un soberbio ejército, que no tardo en ser casi completamente aniquilado por los sarracenos.
Sin embargo Luis y Conrado consiguieron transportar los restos de sus huestes hasta Tierra Santa, el primero por una ruta terrestre y el segundo por mar y se unieron a Balduino III, decidiendo poner sitio a Damasco, ocupada hasta entonces por Mujir ed-Din Abaq, el cual se las ingenió para sembrar disensiones entre los francos occidentales y los sirios, consiguiendo alejar a éstos del sitio mediante el soborno.
Así fue como la Segunda Cruzada, que se había iniciado con tan alentadoras esperanzas, terminó trágicamente con ese intento frustrado de apoderarse de Damasco. Los soberanos europeos, reunidos con menguados restos de sus otrora impresionantes ejércitos, se vieron obligados a iniciar el triste retorno a sus países.
Mientras tanto, Nur ed-Din reanudaba sus ataques y derrotaba a Raimundo de Antioquía, un año después conquistó los escasos distritos de Edesa que aún permanecían en poder de los cristianos y cinco años más tarde se adueñaba de todos los puntos claves de Siria.
Le acompañaba un muchacho de 16 años llamado Saladino, seria el héroe de las próximas y decisivas batallas entre cristianos y musulmanes y encuanto a Bernardo de Claraval se le acusó de “no haber sabido interpretar los designios de Dios”, el replicó que “una empresa inspirada por Dios puede fracasar si es malo el instrumento que lo realiza”, para él, los cruzados debieron su desastre únicamente a su incredulidad y falta de fe, el monje continuó predicando la cruzada hasta 1153, año en que falleció profundamente decepcionado de no asistir al triunfo de la cristiandad sobre el Islam.

PostHeaderIcon Primera Cruzada

La chispa fue encendida por el Papa Urbano II, al finalizar el Concilio de Clermont, aunque en realidad el motivo oficial de la convocatoria del concilio fue la condena al rey Felipe I de Francia que se negaba a unirse de nuevo con su esposa. No obstante, otro propósito más amplio y profundo había de tratarse pues concurrieron caballeros de muchas regiones francesas, tantos que el pueblo de Clermont no pudo acogerlos a todos y la mayoría debió levantar sus tiendas en la llanura próxima había muchos sacerdotes y gente del pueblo estaban también, se dice que asistieron catorce arzobispos, más de doscientos obispos y cuatrocientos abades. En esa atmósfera solemne, el Papa exhortó a los cristianos a iniciar una guerra contra los infieles, Citando una frase de los Evangelios: “El que no lleva su cruz para seguirme no puede ser mi discípulo”. - Y agregó - :”Debéis colocaros una cruz en vuestras ropas”, y la multitud, llena de entusiasmo, gritó: “Dios lo quiere”. Ese fue, más tarde, el grito de guerra de los cruzados.
En la primavera de 1097 los ejércitos cruzados iniciaron su viaje hacia Siria, fue una marcha triunfal que arrolló el poder de los turcos y restableció la autoridad del emperador bizantino en aquella zona, y el 14 de Mayo de aquel mismo año tuvo lugar la primera gran acción guerrera con el sitio de Nicea, que vino a rendirse un mes más tarde, el 19 de junio, quedando así el camino limpio para que los cruzados avanzaran hacia Antioquía, en el norte de Siria.
En Antioquía los ejércitos cristianos tuvieron su primer gran tropiezo, pues esta rica ciudad comercial estaba rodeada por formidables murallas coronadas de torres tan numerosas que, según se decía, eran tantas como los días del año, necesitaron seis meses los cruzados para apoderarse de la ciudad, que al fin cayó en sus manos el 3 de junio de 1098, tras un prolongado y penoso asedio. Pero en menos de dos días fueron cercados, a su vez, por un nutrido ejército a las órdenes de Kerbogath, sultán de Mosul.
Los sitiados agotaron pronto su provisión de víveres, viéndose reducidos para sobrevivir no sólo a sacrificar caballos y animales de tiro, sino que también a comer perros y hasta ratas. En los momentos en que la desesperación se hizo más fuerte entre los guerreros cristianos, Raimundo de Tolosa (un líder de la cruzada) recibió la visita de un pobre sacerdote provenzal llamado Pedro Bartolomé le reveló que se le había aparecido en sueños el apóstol Andrés y le había dicho que en el suelo de una de las iglesias de Antioquía estaba enterrada la lanza que traspasó el costado de Cristo en la Cruz, la cual daría la victoria a los cruzados, siguiendo este consejo Raimundo de Tolosa ordeno a sus hombres a buscar dicha lanza, por fin al atardecer del 14 de julio de 1098, descendió el mismo Pedro Bartolomé a la fosa y emergió de ella con la lanza en la mano ante esta verdadera resurrección anímica, Boemundo (otro líder de la cruzada) decidió arriesgar el todo por el todo en una sola gran batalla, dejando el campo turco abandonado, los cruzados hallaron víveres en abundancia.
La animosidad entre Boemundo y Raimundo de Tolosa se tornó en enemistad declarada, y después de un descanso de seis meses en Antioquía, el 13 de enero de 1099 Boemundo, Tancredo y Roberto de Normandía partieron hacia Jerusalén. En Trípoli se les unió Godofredo de Bouillon y Roberto de Flandes, y desde allí, los cinco continuaron hacia el sur, acompañados de unos 12 mil seguidores.
El 7 de junio de 1099 los cruzados vieron por primera vez brillar a la luz del alba las almenas y las torres de la Ciudad Santa y clamaron en un sólo grito:”Jerusalén, Jerusalén”, derramando lágrimas de emoción, el ejército entero cayó de rodillas y besó el suelo por el que un día había marchado Cristo.
Pero los gruesos muros y las fuertes torres de Jerusalén rechazaron el primer embate de los cruzados, por lo que fue preciso someter a la ciudad a un sitio pero el agobiante calor de verano representó asimismo un cruel sufrimiento para los guerreros cristianos, acostumbrados a vivir en las templadas regiones de Europa. Durante dos días y dos noches atacaron con arietes, antes de que las torres movibles de asalto pudieran ser transportadas hasta las murallas enemigas. Su intención era tender pasarelas desde las torres hasta los muros.
El 15 de julio, al amanecer, todo estaba dispuesto. Godofredo de Bouillon se encaramó sobre su imponente torre y la mandó trasladar junto a las murallas. En la cima, los cruzados habían erigido un gran crucifijo que los musulmanes procuraban infructuosamente derribar, la leyenda cuenta que cuando los cristianos intentaban en vano vencer la resistencia de los sarracenos, hasta que Godofredo vio en lo alto del cercano monte Olivete un caballero que agitaba un escudo brillante. “Mirad, San Jorge ha venido en nuestra ayuda”, habría exclamado, mito o realidad, lo cierto es que los cristianos, alentados por el valor a toda prueba de Godofredo, reaccionaron y al fin lograron escalar las murallas de la ciudad.
Tancredo y sus normandos abrieron un boquete en el extremo opuesto de Jerusalén, mientras Raimundo forzaba la puerta de Sión, de esta manera después de un mes de sitio, Jerusalén había sido tomada por asalto, la mortandad fue horrible, los jinetes cristianos, al pasar por las calles, iban chapoteando sobre charcos de sangre.
Al anochecer de aquel 15 de julio, arrollando toda resistencia, los cruzados se abrieron camino hasta la iglesia del Santo Sepulcro y, exhaustos, sollozando de alegría, cayeron de hinojos elevando a Dios sus oraciones.
El éxito occidental se debió ante todo a una superioridad técnica incuestionable en el arte de la guerra: la armadura transformó a los caballeros en verdaderas ciudadelas ambulantes y la cota de malla de sus auxiliares los hizo casi invulnerables a las flechas y el hierro de los musulmanes. La muerte del sultán Malik-chah en 1092 había desorganizado al imperio turco en vísperas de la ofensiva cristiana, las divisiones familiares, ambiciones personales y rivalidades de sectas provocaron una lucha fratricida entre los turcos, un sultán reinaba en Irán, otro en el Asia Menor; Alepo tenía rey propio, y Damasco igualmente, los fanáticos bebedores de “Haxix”, llamados por los francos “asesinos”, desmoralizaban y desunían a los sirios y los cruzados aprovecharon todas estas desuniones y así fue como, favorecidos por el caos reinante en las filas enemigas, pudieron hacer su entrada triunfal en Jerusalén.
Una vez conquistada Jerusalén, los cruzados fundaron allí un reino cuyo cetro ofrecieron a Godofredo de Bouillon. Pero éste lo rechazó con estas palabras: “No pondré en mi cabeza una corona de oro en el mismo lugar donde la llevó de espinas el Redentor”. De hecho, Godofredo se contentó con el título de gobernador y defensor del Santo Sepulcro, para no ofender a una Iglesia, para la cual existía una soberanía: la del Papa. El caudillo de la Primera Cruzada permaneció en Jerusalén con tropas escogidas para defender aquella preciosa conquista de la cristiandad un año más tarde falleció, después de conseguir una nueva victoria contra un ejército enviado por el califa de El Cairo, la mayoría de los cruzados regresaron a Europa y los que se quedaron en Oriente
Balduino, hermano de Godofredo, y sus loreneses empezaron por fundar un condado autónoma en Edesa, Tancredo y sus normandos se apoderaron de Alejandreta, y Boemundo y los normando de Italia, de Antioquía y la Siria conquistada se dividió al estilo feudal: al sur, de Beirut a Gaza, emergió el reino de Jerusalén, cuyas fronteras, a la muerte de Godofredo fueron llevadas por Balduino hasta el mar Rojo. Comprendió un dominio real - Jerusalén, Acre y Tiro - con cuatro grandes feudos: las baronías de Jaffa, Galilea, Sidón y Montreal.
Pero Roma se dividió de Constantinopla: “La Iglesia romana se negó a devolver Antioquía a la Iglesia griega, y los barones franceses rehusaron obedecer a los funcionarios imperiales de Bizancio. Muy pronto, los latinos se convencieron de que respecto de ellos, los griegos eran “traidores” y “pérfidos”, de los que no podía esperarse ningún beneficio. Los griegos, a su vez, vieron en los occidentales simples “bárbaros codiciosos, dispuestos a atacar y dividir el Imperio, cuando se les presentara una ocasión favorable”. De este modo, el distanciamiento ya existente desde antes de las cruzadas se transformó en odio y la Iglesia cristiana de Oriente hasta llegó a preferir el dominio turco antes de someterse al Papa.”

PostHeaderIcon Antes de las cruzadas

Es en el siglo undécimo, cuando Europa se lanzó la Primera Cruzada, caballeros y campesinos luchaban tanto para dar alimento espiritual como físico, pues la vida durante este periodo fue muy difícil, el hambre llego hasta el punto de producir casos de canibalismo, y el cronista borgoñón Radulfo Glaber cuenta:“La gente comía carne humana. Los caminantes y viajeros eran atacados por los más fuertes, que los partían en pedazos y los comían, después de haberlos asado”.
Por otra parte La Iglesia era, por aquel tiempo, dueña del tercio de las tierras agrícolas de toda la Europa feudal, y sus monjes eran sus administradores, pues al imponérseles una soltería permanente, no podían tener hijos, y por ende no tendrían que ceder bienes como parte de la herencia, la Iglesia fue muy avara, y quería extenderse hacia Oriente, pero esperaba el momento propicio, que aprovecho el Papa Urbano II cuando hizo el llamado a la Primera Cruzada (1095) pidiendo a los cristianos que rescataran el Santo Sepulcro, que se encontraba en manos de los musulmanes desde el año 637.
Este llamado fue en el momento propicio, no únicamente por ser una oportunidad de tomar sitios sagrados, ni porque se abriría nuevamente el mercado en el Mediterráneo, sino porque esto elevaría la religiosidad de toda Europa, y bajaría la guardia de aquello grupos que se estaban revelando contra el poder de la Iglesia, grupos que se habían creado con el fin de lograr un poco más de justicia, pues para aquel tiempo se ejecutaban los juicios de Ordalía, y entre sus aberraciones se encontraba que para un miembro de la plebe, ser llevado ante un juez constituía una terrible experiencia:
“El juicio por fuego era uno de los más usados, pues el acusado debía sostener un lingote de hierro al rojo en una mano durante el tiempo que tardara en ascender tres escalones. Pasados tres días se le examinaba la herida. Si tendía a cicatrizar, era considerado inocente y dejado en libertad de inmediato. De lo contrario, se le condenaba a muerte.”
En cambio un conflicto entre dos nobles se resolvía mediante una pelea:
“Se concertaba un duelo —el querellante comenzaba por arrojarle un guante al querellado— y ambos luchaban. El ganador de la justa obtenía o la absolución o el derecho sobre la vida del adversario, según fuera el caso.”
Estos procedimientos para administrar justicia, el de los siervos y el de los caballeros, se basaban en la creencia de que Dios inclinaría la balanza en favor del inocente.
También hay que recordar que para este tiempo no había una separación concreta entre ciencia y supersticiones, por ejemplo con frecuencia los médicos recetaban brebajes y entregaban amuletos a los enfermos, de quienes solía pensarse que tenían el diablo en el cuerpo y había que expulsarlo. Entre las supersticiones llegadas hasta nuestros días figura la creencia de que las herraduras traen suerte. La herradura se asimilaba a la luna creciente, símbolo de la buena fortuna.
Pero volviendo a las causas de las cruzadas, entre las más sobresalientes se encuentra la gran explosión demográfica, y al haber tantos habitantes las oportunidades eran pocas, además habían muchos impuestos, no solo el diezmo, sino al construir una catedral cercana la población tendrían que subsidiar la obra, y el espíritu bélico sobraba, ya que se entrenaban a los niños de los señores feudales desde los siete años y a los catorce ya era un escudero y finalmente se convertiría en un caballero.
La intolerancia hacia los peregrinos cristianos en tierra santa era tal que todos eran culpados de realizar un espionaje, y aparte el cristiano que quisiera ir a tierra santa tendría que sobrevivir a los piratas cuando pasara por el Mediterráneo, y si iba por caminos solitarios, muchos ladrones eran capaces de comerse literalmente a su víctima.

PostHeaderIcon Contexto

Antes, durante y después de las cruzadas, periodo en que se desarrollo la orden del temple el mundo vivió lo que se llamó “la noche de la historia”, pues la miseria en los campos y en los poblados, la cultura abatida, el pillaje, la depredación y el abuso fueron los signos de una época sin gloria, que se ha dejado en el olvido tal vez porque la “santa iglesia” lo ha querido, así que antes de entrar en materia, sobre el inicio, desarrollo y exterminio de la orden templaría es preciso tener en cuenta el contexto histórico, cultural y religioso que se viva en aquel tiempo en que esta se desarrollo, a continuación se examinara la vida antes, durante y la conclusión de las cruzadas.