PostHeaderIcon Cruzada de los niños

Miles de niños, provenientes de Francia y Alemania, participaron en las cruzadas infantiles ocurridas en 1212 trataron de conseguir la conquista del Santo Sepulcro, casi todos murieron en el continente y unos pocos que lograron atravesar el Mediterráneo y desembarcar en territorio sarraceno sufrieron una suerte igualmente desdichada. Esta cruzada fue organizada En el mes de junio, un niño pastor llamado Esteban de 12 años, que era del pueblo denominado Cloyes, decía que el Señor se le había aparecido en la figura de un pobre peregrino. Después de haber aceptado de él el pan, le dio unas cartas dirigidas al rey de Francia. Esteban se dirigió donde el monarca, acompañado por otros pastores de su edad. Poco a poco se formó en torno suyo una gran multitud, procedente de todas las Galias, demás de treinta mil personas.
Todos los testimonios coinciden en que se trataba de niños pobres, pastorcillos o hijos de los aldeanos durante el camino se le unían miles y miles de personas, poco a poco se agregaban los adultos: criados y criadas, campesinos, siervos, artesanos, pobres habitantes de las villas, el rey de Francia, Luis VIII, no aprueba la aventura ordenando disolver las falanges infantiles, una parte obedece, pero la mayoría se reorganiza y prosigue la peregrinación, a medida que progresa la marcha, los niños se organizan en grupos, encabezados por estandartes, no llevan alimentos, ropas ni dinero, y viven apenas de la limosna que les entregan los vecinos de las villas y ciudades por donde cruzan en su marcha iluminada hacia el Santo Sepulcro.
Cuando se les pregunta hacia dónde dirigen, contesta: “Hacia Dios”.
En general, la Iglesia parece haberse opuesto a esta peregrinación. Los “Annales Marbacenses” dicen: “Como generalmente somos de una gran credulidad para tales novedades, muchos creyeron que esto procedía no de ligereza de espíritu, sino de devoción e inspiración divina. Les ayudaban, entonces, a sus gastos y les proveían de alimentos y de todo lo que era necesario. Los clérigos y algunos otros cuyo espíritu era más cuerdo, estimando este viaje vano e inútil, se declaraban en contra, a lo que los seglares se resistían con violencia, diciendo que su incredulidad y su oposición procedían de su avaricia más que de la verdad y la justicia”.
A pesar de las penalidades de la larga caminata, del hambre, de las enfermedades y, en algunos casos, de la hostilidad pública, una parte importante de estos pequeños cruzados franceses logró arribar al puerto de Marsella, allí llegaron a un acuerdo con dos armadores que prometieron llevarlos a Siria. Miles de ellos se embarcaron en siete grandes bajeles. A los pocos días fueron sorprendidos por una furiosa tempestad y dos de las embarcaciones naufragaron cerca de la isla de Cerdeña, en la roca denominada Reclus, todos los pasajeros se ahogaron. Los cinco navíos restantes llegaron a Alejandría y Bujía. Allí los dos armadores, traicionando a los niños, los vendieron a los mercaderes y a los jefes sarracenos como esclavos.
400 de los pequeños cruzados fueron comprados por el califa, otro relato de la época dice que en 1230, es decir, dieciocho años después de la Cruzada de los Niños, Maschemuc de Alejandría “conservaba aún 700 que ya no eran niños, sino hombres en toda la plenitud de la edad”, a los que quedaron en Marsella y otros que se desperdigaron durante la caminata, el Papa les ordenó que recibieran la cruz, pero que esperaran atravesar el mar y combatir contra los sarracenos cuando tuvieran la edad suficiente.
Del pastor Esteban, que inició este vasto movimiento de los niños, hay pocas referencias concretas, se sabe que casi inmediatamente después de aparecer con el mensaje que le “ordenaba” dirigirse a Jerusalén para recuperar el Santo Sepulcro, se vio rodeado por la fe y la adhesión de miles de otros niños y, luego, por adultos que se agregaban a la extraordinaria caravana, algunos de sus contemporáneos le atribuían milagros, se le llamaba el pequeño profeta y el niño milagroso. Al mismo tiempo, otros niños, arrastrados por el ejemplo, comenzaron igualmente a predicar en los pueblos franceses y a reunir otros pequeños ejércitos de inocentes. Nada detiene a estos muchachos que abandonaban todo y arrostran cantando los mayores peligros y penalidades, arrastrados por una suerte de mística vorágine hacia su desdichado destino final.
En el mismo año se produjo el mismo fenómeno colectivo en Alemania, apareció un niño, de nombre Nicolás, que reunió en torno suyo a una multitud de niños y de mujeres, afirmaba que por orden de un ángel debía dirigirse con ellos a Jerusalén para liberar la cruz del Señor, y que el mar, como en otro tiempo al pueblo israelita, les permitiría atravesarlo a pie enjuto.
Se dice que Nicolás llevaba una cruz sobre sí que debía ser en él señal de santidad y de poder milagroso; no era fácil reconocer cómo estaba hecha, ni de qué metal.
La gente hablaba sobre el poder milagroso de este niño y se unía a la caravana y como en el caso de Esteban de Cloyes, una gran multitud se puso en marcha y atravesó la mitad de Europa hacia Génova, donde esperaban embarcarse, pero sólo una parte del grupo original llegó a la costa italiana.
En la primera parte del camino el paso de esta tropa irreflexiva suscitó oleadas de emoción y sentimiento popular, se les socorría con gran liberalidad, hubo también reacciones de violencia contra el clero, que trató de oponerse a esta marcha infantil hacia el Santo Sepulcro y tal como ocurrió en el caso de la marcha de los infantes franceses, se agregaron personas mayores, sobre todo criados, criadas y campesinos. Se trataba de una creencia absolutamente irracional, pero que quedó estampada incluso en las poesías populares:
“Nicolás, servidor de Dios, parte para la Tierra Santa. Con los Inocentes él entrará en Jerusalén.”
Los niños alemanes que partieron de Colonia parecen haber seguido la ruta que va hacia Maguncia, Spira, Colmar, toda la orilla izquierda del Rin y los Alpes, para entrar en la Italia del norte. En esta etapa del viaje el recibimiento no fue nada de amistoso, numerosas pruebas habían caído ya sobre los niños, obligados a soportar sucesivamente el hambre, la sed, el calor y el frío, las poblaciones de la Italia del norte se mostraron, en general, hostiles a esta marcha, muchos niños fueron capturados por los montañeses y convertidos en sirvientes, otros fueron despojados de lo poco que llevaban. Siete mil personas, niños y adultos, encabezados por Nicolás, llegaron a Génova en agosto, pero sus planes no fructificaron, pues las aguas no se abrieron a su paso, y la comitiva se desbandó. Algunos emprendieron el camino de vuelta a casa, otros fueron a Roma, y los restantes pudieron haber seguido el curso del Ródano hasta Marsella, donde fueron probablemente vendidos como esclavos. Pocos llegaron a sus casas, y ninguno llegó a la Tierra Santa.

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