PostHeaderIcon Tercera Cruzada

La unión de Egipto, Siria y Mesopotamia, bajo la hegemonía del sultán Saladino, constituyó el principio del fin del reino de Jerusalén, pues además de su debilidad, el Estado cristiano era amenazado ahora por el norte y por el sur, carecía asimismo de un hombre capaz de organizar la resistencia contra los musulmanes y hacia 1187 era rey de Jerusalén Guido de Lusignan incapaz de gobernar e imponer su autoridad a los señores feudales en vez de pactar con Saladino, el más fuerte, los caballeros cristianos provocaron la guerra contra el Islam, adelantándose hacia Tiberíades, región en que consumarían su suicidio.
El 3 de julio de 1187, el ejército cristiano se puso en marcha hacia el norte de Jerusalén, hasta penetrar en las alturas pedregosas y estériles de Yebel Turan, movimiento que le favorecía a Saladino, que permanecía al acecho e instantáneamente envió hacia aquella región algunas divisiones ligeras para inmovilizar al enemigo en el desierto, sorprendiendo a la vanguardia de Guido cuyo comandante era Raimundo de Trípoli y la atacaron, mientras el calor era intenso y el polvo, sofocante, Raimundo galopó hasta donde se hallaba Guido y le hizo ver que a menos de proseguir hasta el Jordán y el lago de Tiberíades, el ejército podría considerarse perdido. Ante esto, el rey ordenó avanzar con mayor rapidez pero la retaguardia, formada por los hospitalarios y los turcoples (hijos de padre turco y madre griega), se había visto obligada a detenerse ante una nutrida formación de arqueros. Inmediatamente, Guido hizo alto cerca del poblado en tanto Raimundo exclamaba desesperado: “¡Oh, Dios mío! ¡La guerra ha terminado; somos hombres muertos y el reino se ha perdido!”, y aunque la vanguardia cristiana consiguió progresar todavía algunos kilómetros, acamparon en las laderas de un monte cuya doble cumbre le había conferido el nombre de “Cuernos de Hattin”.
Por la noche, los cruzados, en el límite de su resistencia física, se vieron impedidos de dormir, torturados por la sed y hostigados por los constantes ataques. A la mañana siguiente, y tras haber reforzado a sus arqueros montados, pero sin decidirse todavía al cuerpo a cuerpo, Saladino mandó traer siete camellos cargados de flechas y con ellas prosiguió el ataque, entretanto, Raimundo y su guardia avanzada continuaban su camino, quedando separados del ejercito principal mandado por el rey, quien a fin de proteger su infantería la hizo replegarse mientras los jinetes carpaban contra los arqueros enemigos, en medio del desorden consiguiente, una multitud de aterrorizados guerreros treparon por la montaña, a fin de ponerse a salvo, por fin, con un grupo de caballeros escogidos, Guido ocupó una posición cercana a ellos, en el centro de la cual levantó la Santa Cruz, con lo que se reanimó su moral y volvieron a descender en grandes grupos todos los combatientes se mezclaron, formando una masa confusa alrededor del sagrado emblema infantes, caballeros y arqueros, pero ya las huestes de Guido estaban perdidas.
Raimundo y los restos de su guardia avanzada fueron arrollados y el ejército entero quedó rodeado de enemigos. Millares de hombre levantaban sus brazos hacia la Cruz, implorando protección y rogando que se produjera un milagro, Guido se volvió hacia Raimundo, diciéndole que hiciera lo posible por salvarse, asiendo caso omiso lograron abrirse camino.
Los musulmanes rodearon a los cristianos por todos lados, abrumándolos con sus flechas y atacándolos con sus espadas, hasta que torturados por la sed y reducidos al último extremo de sus fuerzas, se entregaron para escapar de la muerte, entre los prisioneros se encontraba el rey Guido, el Gran Maestre de los Hospitalarios y otros muchos nobles. Después de la batalla, Saladino hizo llevar a su tienda a los cautivos más nobles y al vez a Guido de Lusignan torturado por la sed lo hizo sentar caballerosamente a su lado, aplacó sus temores e hizo que le sirvieran una bebida helada, el rey bebió, pasando luego la copa a Reinaldo de Chatillon, al observar esto, Saladino se levantó en gran cólera, exclamando: “No habéis solicitado mi permiso para extenderle la copa. No me siento inclinado a respetar a ese hombre ni a perdonarle la vida”, acto seguido, recriminó a Raimundo sus múltiples actos de vandalismo, pero éste le replicó que no tenía miedo, Saladino le dio entonces un golpe y sus guardias acudieron, cortándole la cabeza.
Guido temblaba de miedo, pero volviéndose hacia él Saladino le dijo: “Un rey no mata a otro rey; pero la perfidia e insolencia de ese hombre pasaban ya el límite”. Acerca de la decisiva batalla de Tiberíades, escribe el historiador inglés Runciman:
Saladino se apoderó de todos los castillos que rodeaban Jerusalén y puso sitio a la ciudad, los defensores pidieron un cese de agresiones, al comienzo Saladino lo negó, a esto respondieron los cristianos:
“Si hemos de renunciar a toda esperanza por medio de conversaciones, lucharemos desesperadamente hasta el último de nosotros, prenderemos fuego a las casas y destruiremos los templos. Mataremos a los cinco mil prisioneros musulmanes que tenemos hasta no dejar uno. Aniquilaremos nuestros bienes antes de dejároslos. Mataremos a nuestros hijos. Ni un ser humano quedará con vida y perderéis todo el fruto de la victoria”.
Saladino entro en razón y acepto la capitulación de Jerusalén, mediante un rescate por cada habitante, con esas condiciones, se rindió la población el 2 de octubre de 1187.
Fue entonces cuando el Sultán dio a conocer su aspecto humano, abrió mercados dentro y alrededor de Jerusalén con el fin de que los ciudadanos pudieran conseguir el dinero necesario para pagar su libertad. Sin embargo, fueron mucho millares los que no pudieron hacerlo, y Saif ed-Din, hermano del sultán, solicitó de éste que le permitiera quedarse con mil cristianos en calidad de esclavos, una vez obtenido el permiso, los dejó a todos en libertad. Finalmente ordenó a sus guardianes que proclamaran por las calles de Jerusalén que todos los ancianos incapaces de pagar quedaban libres y podían marcharse saliendo por la puerta de San Lázaro en una comitiva que se prolongó desde el amanecer hasta la puesta del sol y el Sultán mandó distribuir limosnas entre ellos, pero apenas salieron estos infortunados cristianos de Tierra Santa fueron despojados, cerca de Trípoli, nada menos que por sus propios congéneres cristianos.
Después de Jerusalén, pronto cayó toda Palestina en poder de Saladino.
Las iglesias fueron transformadas en mezquitas, las cruces fueron arrojadas al suelo y fundidas las campanas de los templos cristianos y así fue como el Papa Urbano III autorizó que se predicara una nueva cruzada, la tercera que presenciaba el mundo.
Se apeló a príncipes y señores, y respondieron al llamado los tres monarcas más poderosos de su tiempo: el emperador alemán Federico Barbarroja y los reyes Felipe II Augusto de Francia y Ricardo Corazón de León de Inglaterra, pero existían rivalidades y Ricardo sólo pensaba en combatir, valiente, cruel y violento, contrariamente, su rival, Felipe Augusto vio en la cruzada la oportunidad de debilitar las fuerzas alemanas. Así, Felipe emprendía la expedición sólo para evitar un conflicto con el Papa, pero regresaría lo más pronto posible para luchar contra el dominio de Ricardo en Francia.
Federico Barbarroja, tenía buenas relaciones con Saladino, hasta que le pidió que evacuara Jerusalén, que devolviera a los cristianos la Santa Cruz y les indemnizase por los perjuicios que les había causado, Saladino respondió altivamente. No obstante, se declaraba dispuesto a restituir a los cristianos la Santa Cruz, así como algunos pequeños territorios, asimismo, se comprometía a poner en libertad a todos los prisioneros cristianos que aún estaban en su poder y a permitir a los peregrinos que visitaran en paz el Santo Sepulcro, estas condiciones no satisficieron a Federico Barbarroja, estaba deseoso de vengarse de los sarracenos, además el emperador habría quedado muy mal ante el Papa, los demás monarcas europeos y sus propios súbditos.
En 1189, Federico Barbarroja se puso en marcha al frente de un ejército que ascendía a unos 100 mil hombres, pero cuando los cruzados alemanes estaban avanzando a lo largo del río Salef, una triste noticia vino sacudió el ejercito: “el emperador ha muerto, Federico se había ahogado mientras se bañaba en sus aguas, reponiéndose de una marcha agotadora.
Tras la muerte de Barbarroja, el mando del ejército alemán recayó en el hijo del emperador, el popular duque Federico, los cruzados siguieron a costa de grandes dificultades y numerosas víctimas su camino hacia Siria, allí, los sobrevivientes se unieron a los cruzados franceses e ingleses, que se habían trasladado por mar a Oriente.
Por otro lado Ricardo Corazón de León había marchado por tierra hasta Sicilia, donde embarcó hacia el Levante conquistando en el trayecto la isla de Chipre y al acercarse los alemanes a Siria, ingleses y franceses desembarcaron junto a San Juan de Acre, inmediatamente sitiaron la ciudad, y en vano intentó Saladino obligarles a levantar el asedio.
Durante las operaciones, los alemanes perdieron al duque Federico abatido por la peste, por fin 1191, después de un sitio que se prolongó un año y medio, la ciudad capituló, se esperaba que tras la toma de San Juan de Acre emergiera una sola consigna: “A Jerusalén”.
Sin embargo, la discordia en el campo de los cruzados terminó por acabar la iniciativa, las ambiciones personales frustraron los mejores esfuerzos de los cristianos por ejemplo Ricardo Corazón de León y Leopoldo, duque de Austria, durante el asalto a San Juan de Acre, Leopoldo fue el primero en clavar su estandarte en los muros de la ciudad y el monarca británico arrancó el emblema del duque y arrojándolo al suelo clavó en su lugar el suyo, Leopoldo reprimió su ira en aquel momento, y al final, Felipe Augusto se cansó de las arbitrariedades del rey inglés y, pretextando una enfermedad, regresó a Francia, ya en Francia persuadió a Juan Sin Tierra a tomara posesión de los territorios franceses del monarca inglés, que luego recibiría como herencia el rey de Francia, entretanto, Ricardo Corazón de León se hallaba con la responsabilidad del mando de toda la cruzada e inconsecuente se dejó arrastrar por el astuto Sultán a una agotadora campaña, que dio tiempo para que Saladino reforzara su defensa.
Al mismo tiempo que Ricardo se esforzaba en inspirar terror a los musulmanes, procuraba el respeto y la amistad de Saladino, al lanzarse el inglés con un puñado de hombres contra Jaffa, cayó al suelo su caballo en plena lucha y debió seguir combatiendo a pie, al saberlo, el Sultán le envió de obsequio una cabalgadura de refresco con un mensaje diciendo que era conveniente que los reyes combatieran a caballo.
Como la anterior, la Tercera Cruzada resultó inútil, al llegarle noticias inquietantes de Inglaterra, Ricardo comprendió que su presencia era necesaria en su propio reino y antes de abandonar el escenario de sus hazañas, el monarca obtuvo un tratado con Saladino que garantizaba a los cristianos, durante tres años, la posesión de parte de la Palestina y el permiso para peregrinar al Santo Sepulcro en pequeños grupos desarmados, esto y la liberación de San Juan de Acre fue el resultado de esta Tercera Cruzada, Saladino murió en 1193, antes de que se cumplieran dos años del término de la Tercera Cruzada y en cuanto al temerario Ricardo, las tempestades arrojaron a su navío a la deriva, alcanzando al fin el litoral norte del Adriático y le acechaban muchos enemigos, se disfrazó en el camino y prosiguió viaje por tierra, cerca de Viena fue reconocido y cayó en manos del duque Leopoldo de Austria, a quien en San Juan de Acre le arranco su estandarte, el duque lo retuvo dos años en prisión, hasta que los ingleses pagaron el enorme rescate que exigía, este acto de venganza fue la última consecuencia de la estéril y poco cristiana Tercera Cruzada.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

los templarios no tienen ningun derecho a vivir. Son esta gente que nos controla y ve todo lo que hacemos, los unicos que pueden detenerlos son El Credo de los Asesinos...